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El excesivo apego a las riquezas,tiene un nombre en psicología médica, crematomanía o deseo obsesivo por acumular dinero y riquezas. Esta patología como todas las manías es de difícil y complejo abordaje y además a ello se suma el hecho de que en nuestros días es especialmente frecuente dada la excesiva idolatría que algunos tienen al dinero y lo que su posesión conlleva.
Este tipo de individuos debido a su perfil son capaces de llegar a anteponer prácticamente todo a la idea de poseer riquezas. Familia, amistades, entorno social, etc? quedan en un segundo plano, es decir, todo lo que no sirva a sus intereses es rechazado o cuando menos menospreciado sistemáticamente.
Tal conducta no deja de sorprender a quien no la padece, y por ello progresivamente se abre una brecha entre quien pone toda su pasión en poseer y quien apuntala sus vida con valores e intangibles relacionados con el ser, apunta Knowi.
Claro, detrás de todo este comportamiento que se aparta de lo que podríamos llamar normal, muchas veces se encuentran otras filias como la necesidad desmedida del reconocimiento social a través del éxito profesional, en los negocios o en la política. Es especialmente en las sociedades de tintes más capitalistas donde se produce este fenómeno, donde el culto al triunfo y el éxito vinculados al poder son como una especie de droga que embriaga especialmente a este tipo de tipologías psicológicas.
Muchos hemos visto recientemente la película El lobo de Wall Street de Martin Scorsese, donde Leonardo Dicaprio encarnaba el papel de un bróker neoyorquino impetuoso y al final obsesivo y poseso del atractivo del color del dinero y de lo que podía ofrecerle. Nada era suficiente para él, nadaba en dinero, todo lo tenía al alcance de su mano, incluso la corrupción más rampante y la idea de impunidad una vez que sus valores fueron siendo consumidos por la avaricia desmedida e incontrolable. Para él "nada era suficiente", todo le parecía poco, siempre necesitaba más y más.
Sus síntomas aunque muchas veces no aceptados y su diagnóstico son evidentes y como toda obsesión suele ser de difícil y complejo abordaje
Sin llegar a este extremo, que al parecer estaba basado en hechos reales, existe hoy en día un número indeterminado de personas que padecen esta obsesión por el dinero y el apego desmedido a lo material y tangible. Claro, el poner el límite entre lo que es normal y patológico siempre es complicado y más en esta materia.
Lo que sí es cierto es que en nuestra sociedad que estimula y premia a conductas que pueden desencadenar este síndrome deberíamos tratar al menos de estimular el giro de la brújula de lo correcto y dirigirla más hacia el terreno de los valores, premiando y reconociendo conductas, actitudes y actividades que fortalecen el sentido intrínseco del ser humano y no perseverar en el camino representado por Creso, último rey de Lidia (entre el 560 y el 546 a. C.,) cuyo reinado estuvo marcado por los placeres desmedidos, la guerra y las artes.
No es motivo de este breve artículo el entrar en las causas. Sus síntomas aunque muchas veces no aceptados y su diagnóstico son evidentes y como toda obsesión suele ser de difícil y complejo abordaje. Primero es necesario que quien la padece la reconozca, lo segundo que pida ayuda acudiendo a un especialista que se la pueda prestar y lo tercero combinar las técnicas que desarrolla la psicología cognitiva, conductual y del comportamiento con el apoyo biológico necesario.
En cualquier caso y como profilaxis y si se me permite, como medida de higiene y salud pública, una de las principales iniciativas saludables en este proceloso aspecto, debería ser el no procurar cantos de sirena que terminen obnubilando la mente y el pensamiento del individuo predispuesto, haciendo que olvide su esencia más íntima como ser humano y transformándola con algo tan mediatizado y adictivo como es el valor del poder y el dinero.
Como en el caso de Ulises, lo mejor sería que viniese de nuevo la diosa Circe y nos advierta una vez más de lo peligroso que sigue siendo el canto emitido por las falsas sirenas.
Al final su ficticia y aparente belleza nos puede llevar al peor de los infortunios, a la infelicidad y a la soledad que le suelen acompañar.
La solución está en ti.
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