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La problematización de lo dado solo emerge de la contraposición de lo dado con lo imaginado. Y ahí el componente valorativo es fundamental. Así, cuando se critica que la lista de espera en la seguridad social es demasiado larga, subyacentemente, se están declarando dos cosas: por un lado, que se cuenta con un sistema de asistencia sanitaria pública y universal y, por otro lado, que se asume no solo como deseable sino también como posible que esa asistencia sea muchísimo más eficaz.
Esta pretensión de mayor eficacia por parte del sistema sanitario surge desde la experiencia de una contrariedad, un “perjuicio”: la larga espera para ser atendido. Pero ese perjuicio lo es ya dentro de un contexto que permite que tal circunstancia sea juzgada como perniciosa: la estructura socializada, y asentada, de asistencia sanitaria pública y universal. Y ese perjuicio se lo percibe como tal a la luz de unos valores sociales asumidos de solidaridad institucionalizada, además de ciertos valores de eficacia, sin los cuales ese hecho no necesariamente se percibiría como negativo; podría, simplemente, verse como normal, inevitable o consustancial a la estructura sanitaria (el retraso).
Así pues, ¿cuánto de “injusto” es el reproche o la exigencia que se profiere cuando se describe como algo intolerable las largas colas de espera? Pues dependerá del grado de consciencia de la magnitud del fenómeno, del lugar que la circunstancia objeto de atención ocupe dentro del conjunto, de sus implicaciones, de su genealogía, de su historia, de su alcance, de su idiosincrasia...
Quizá lo más importante sea el hecho de si hay consciencia o no de la dimensión valorativa. Esa dimensión que ha hecho que esa estructura social esté ahí, y que hace a su vez que dicha estructura sea criticada por aquellos que la gozan, precisamente.
Aquí hay un proceso de recursividad ético-social. El mismo valor social que genera prácticas solidarias institucionalizadas es fundamento de críticas a dichas prácticas.
Hay una lógica implacable en este proceso, inevitable y positiva, porque refuerza la práctica. Y ese proceso en sí mismo se justificaría en última instancia por el propio ámbito valorativo ya mentado.
Todo reposa en una cuestión ética como fondo y fundamento de proyección discursiva, de realizaciones prácticas, de fundamentaciones “racionales”, de justificaciones políticas y de “críticas” personales y sociales.
El caso es que, si hay una profunda consciencia de todo esto, en el momento de la crítica brota espontáneamente un sentimiento de agradecimiento; ya no hay solo rabia o resquemor por la contrariedad de no ser atendido ipso facto. Hay también consciencia de lo que supone el despliegue sistematizado en base a recursos socialmente compartidos de una estructura de asistencia sanitaria que está ahí para cubrir problemas y necesidades de las personas.
Por ejemplo, en forma de accidente de tráfico. A los cinco minutos llega la policía, a los diez la ambulancia; y ello gracias a las personas que, testigos presenciales, han llamado a las autoridades. En media hora estás en el hospital. Las enfermeras te reciben, el médico te explora, se te realizan pruebas. En un caso grave, eres intervenido quirúrgicamente, etc. Te dan el alta. Te vas a casa. Bien. Recapacita.
Las personas que te ayudaron pudieron haber sido esa señora con la que discutiste agriamente cuando te interpeló agresivamente por no haber cerrado la puerta del portal.
Lo cierto es que la señora odia que dejen la puerta abierta. Pero en caso de accidente, cogerá el teléfono y llamará a la asistencia. Puede también que se acerque y te coja la mano, y te consuele. Y en esos momentos, que te cojan la mano puede suponer más que el plato de lentejas por el que se vendió un reino entero. El otro chico que no deja de hablarte dándote ánimos pudo ser aquel gilipollas al que espetaste no haber arrancado el coche a tiempo.
El conductor de la ambulancia… bueno, ese señor jamás sería tu amigo. Él odia todo lo que tú amas. Incluso destrozaría por placer el “Guernica” de Picasso. Hay unas enfermeras que no conoces de nada que te están esperando como si fueses un hijo en problemas. Y un médico que ni te mira a los ojos pero hace su trabajo. Al final te lleva a casa otro conductor que en otro momento te hubiese parecido simplón, absurdo, obviable.
Pero no. No es obviable. Entiendes que la sociedad es un conjunto de cosas y presencias, de gestos y valores, de ligazón de espacios y ausencias en un tiempo mental compartido que va mucho más allá de lo que siempre has creído. Algo así como el aire que respiras pero en cuya presencia, imprescindible a tu existencia, no reparas.
El individuo, sobre todo en nuestra tradición cultural, tiende a creerse y pretenderse tan libre como para concebirse a sí mismo independiente de todo y de todos. La “obsesión crítica” respondería al autonomismo del sujeto moderno ilustrado que basa su noción de libertad en la racionalidad.
Pero recordemos la paloma de Kant, esa que quería volar tan livianamente que deseaba que no hubiese aire para que no hubiese el más mínimo rozamiento que le impediese desplazarse con total libertad.
La verdad es que sin aire no podría volar. Y es que lo que limita, a un tiempo, habilita también.
La racionalidad y el criticismo parecen querer volar en el vacío demasiadas veces, llegando a la pretensión de poder hacer tabula rasa con cualquier objeto de atención o análisis, ya sea cultural, institucional o social, sin muchas veces pararse a asentar bien qué objetivo real se persigue: si la mera reproducción de un gesto que casi sería identitario (el gesto “crítico”) o una real puesta en cuestión de aspectos relevantes sensatamente encuadrados.
Este “gesto crítico” respondería a un sempiterno y entrañable talante adolescente, tan encantador y simpático, que confía en ser libre y autónomo por el hecho de basarse en la negación taxativa de lo vigente.
La sociedad es esa organización comunitaria, fundamental, que salvaguarda y reproduce la vida biológica para elaborar parsimoniosamente perlas individuales. El planeta flota en el espacio.
Ha sido necesario todo un cosmos quizá infinito para que esta bola azul pueda flotar ignota y perdida en la vacuidad. En su seno, de forma análoga, microcosmos sociales alumbran sistemas enteros donde pueden evolucionar, como un cóndor sobre las llanuras, individuos conscientes de sí y de su poder personal. El caso es que su poder no es nada sino la punta mínima de un inmenso iceberg de vida y existencia que rebasa cualquier capacidad de imaginación.
Cualquier crítica que se enfoque con al menos una pequeña orientación a la comprensión de este hecho siempre subyacente cumplirá el requisito mínimo de tender hacia cierta corrección en su pretensión de comprehensividad de la problemática atendida.
Dicho de otro modo; no puedes criticar aquello que no conoces y no entiendes. Y ese intento de conocimiento y comprensión sería, por definición, infinito. Y tanto más cuanto contemplamos la posibilidad de que dicha comprensión y conocimiento no se limiten a cuestiones racionales. Puede que todo sea racionalizable (al menos en cuanto a formalización expresivo-referencial, aunque quede en lo esquemático), pero no todo es racional (y esto lo decimos a sabiendas de que Hegel se revolverá en su tumba).
Por todo ello, estamos ahora en condiciones de lanzar un ataque ya no solo crítico sino, sin duda, y de forma consciente voluntaria y asumida, destructivo (tanto como fuere posible) a todos aquellos individuos que están desplegando liderazgos significativos dentro de las estructuras de organización sistémica en los órdenes políticos institucionales y económico/financieros (a todos aquellos responsables de la situación actual que azota a nuestras sociedades).
Por supuesto que puede entenderse este ataque como parte de la recursividad ético-social que, en base a valores asumidos culturalmente, reafirma prácticas sociales ya estructuralizadas:
“Hijos de las hienas, cabalgáis sobre el misterio inmenso de la vida y la maravilla devastando plenitudes, gozos y estares. Seréis aniquilados y yaceréis en el lodo para fertilizar con vuestros cuerpos putrefactos nuevos amaneceres. Id contando vuestro tiempo, porque aunque no lo sepáis, es lo más precioso que os queda.”
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