La contingencia del ser humano

La realidad es mi sensación y con ésta producimos arte, contingente, indefinible.


Aldous Huxley definió los límites del ser humano individual, aun cuando viva en sociedad. Nos decía que aunque actuemos juntos produciendo reacciones mutuas en ese intercambio de unos frente a otros, siempre estamos solos, en todas las circunstancias: “Los mártires entran en el circo tomados de la mano, pero son crucificados aisladamente. Abrazados, los amantes tratan desesperadamente de fusionar sus aislados éxtasis en una sola autotrascendencia; pero es en vano. 


Por su misma naturaleza, cada espíritu con una encarnación está condenado a padecer y gozar en la soledad (…) Cada grupo humano es una sociedad de universos islas”.


Ese hombre que constituye el UNO tiene, sin embargo, deseo de ser diverso y comunicar su ideal ante el mundo, para dejar su impronta irrepetible y trascenderse. Vive en forma gregaria en el medio natural, pero no pertenece a ninguna de las formas que hacen su entorno. 

La naturaleza está allí como presencia ineludible, y el hombre siente la necesidad de aprehenderla, y no obstante, él no es parte de la naturaleza; los demás hacen lo mismo para construir la trama de las acciones de cada uno.

Cuando observa con detenimiento a su alrededor y percibe su posición ante el mundo, se da cuenta de que hay dos esferas que conviven: la de la necesidad y la de la contingencia o de la posibilidad. La primera, la esfera de la necesidad, lo coloca en lo que no puede ser diferente de lo que es; mientras que la de la contingencia le enseña algo que puede ser de una u otra manera, es decir que cae en el terreno de la posibilidad. La necesidad pertenece a la acción y su expresión palpable es la ciencia; la posibilidad pertenece a la producción de algo no necesario, con el ejercicio de la razón. Necesidad = Ciencia, de un lado, frente a Posibilidad = Arte: producción de algo posible, contingente, realizado con la actividad intencional del sujeto porque obra con la razón, pero siempre en un estado que tiene mucho de irracional, ajeno al de la vigilia razonante.



No deberíamos interpretar el arte como algo cuya existencia se perpetúa como un fin en sí mismo. Sería más bien, como lo dice Susan Sontag, un medio para lograr algo que quizá sólo puede alcanzarse cuando se abandona el arte. Lo que importa de la obra de arte no es ella en sí misma sino aquello que vislumbramos al percibirla, lo que nos insinúa, aunque sea el vacío. “El hecho estético es la inminencia de una revelación que no se produce; es una cercanía, no una aseveración”, nos dijo Jorge Luís Borges. Otra manera de expresar lo mismo es lo que Schiller nos dejó como impresiones literarias acerca de la variedad de la vida expresada mediante la creación de arte: “Triste es el imperio del concepto: con mil formas cambiantes. No fabrica, pobre y vacío, más que una. Pero la vida y la alegría exultan allí donde la belleza reina; el UNO ETERNO reaparece bajo mil formas”. Y esa certidumbre de la debilidad de los conceptos frente a la vida que vibra y palpita, nos habla del arte, de su posible existencia, innumerable y variada en forma y contenido, ante la inmutable eternidad del mundo. Las cosas que nos rodean constituyen una masa de presencias o datos sensibles; son apariencias que percibimos con la conciencia. Y cada individuo pertenece también a ese conjunto: recuerdo, imaginación, ideas, todo (la sustancia, la causa) son apariencias y sensaciones. La realidad es mi sensación y con ésta producimos arte, contingente, indefinible.

Los hombres de hoy nos comprendemos a nosotros mismos desde un principio de
libertad. 

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